Los metadiscursos frente a la facticidad y la alteridad by garvofe

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· @garvofe · (edited)
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Los metadiscursos frente a la facticidad y la alteridad
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<p><img src="https://s7.postimg.org/k9mlxjetn/CORTES_Y_LA_MALINCHE.jpg" width="700" height="910"/></p>
<p>Cortes y la Malinche. (1926). José Clemente Orozco.</p>
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<p>El hombre se constituye en su devenir particular como el estar siendo [aparato psíquico freudiano del ser en la nada –o en el todo– de las esferas cognitivas consciente, subconsciente e inconsciente] de lo fáctico pero también de lo que subyace al hecho fenomenológico e interpretable. ‹‹Y sin mí no hay nada sino es la facticidad en tanto que soy el objeto de mi propio cuerpo y de mi propia muerte››. Somos máquinas de símbolos; a decir, más en tanto menos comprendemos lógicamente lo que está a nuestro alrededor y más disfrutamos los síntomas de nuestros deseos. Pero es el símbolo lo que le da a mi cuerpo, que no es mío sino en su pasión, la posibilidad de escindirse del goce de aquello que tiránicamente lo demanda todo y que le roba a ese propio cuerpo su derecho sobre sí mismo. Sí, el Otro gozador está en los memes; está en el fenotipo; está, peor aún, latente en la psicobiografía. Frente al goce no se escapa y su tiranía se establece en todos los ámbitos de la fenomenología del estar siendo: no hay palabra, no hay hecho, no hay discurso. Objeto de mi cuerpo y de mi muerte, ¿dónde entonces queda el sujeto? Nuevamente, la respuesta está en el lenguaje, en los signos, en la capacidad particular de desestructurar las ideas y los pensamientos –aún hasta la psicosis– para darle el sentido particular a ese devenir que es la vida. Símbología de un cuerpo sin vida, de ese logos muerto. Si la crítica es a las construcciones que se hacen del estar siendo en una realidad que sofoca no es más que un ejercicio de tiranía a mi derecho de locura que además me puede distanciar del hecho de que soy más objeto que sujeto. El acto de mala fe es dejarme convencer por aquello que no creo. El acto de mala fe es referirme a mí mismo en los términos en los que mi cultura demanda; los roles pasivos a los cuales me someto en mi afán de darle el lugar que merece ese pasado de facticidad que parece dominarlo todo en la existencia. Acepto las limitaciones de estar siendo hombre. La angustia que calmo con mi tendencia a anularme como sujeto de mis propias decisiones. ¡Claro que opaco la angustia! ¡Que de ella hago polvo y vacío y nada! Lenguaje es, también, un intento por dominar la angustia. Pero el lenguaje no es hecho comunicativo, sino de libertad constituida en un devenir rodeado de ese Otro gozoso. De ahí que no haya en mi lenguaje nada cultural, doctrinario; sino especulación y logorrea. Un ejercicio de libertad íntimo es hacer de lo que digo una elección de fe más que una crítica lógica. Porque la lógica no está en las letras por sí mismas; está en el discurso que ahoga mi angustia, que me hace menos objeto y me regresa a la idea utópica del sujeto a: sujeto a las fuerzas de mi propio lenguaje y su articular al Mundo.</p>
<p>&nbsp;&nbsp;Mundo: En una sala llena de psiquiatras elaboro un discurso que gira en torno a la teoría lacaniana de la evolución del delirio. Me di a la tarea de elaborar, a fe de lo que sé de Lacan, un caso de un hombre que muestra esa escisión espectacular entre el deseo y el goce en el contexto del complejo de Castración y de Edipo, una emasculación secundaria a un delirio de somatización; y describo, de acuerdo a la elaboración de Lacan, las fases y el objetivo de parafrenizar su delirio. El resultado es espectacular en cuanto a las reacciones que se obtienen. Construcción de delirios, poco a poco, se delimitan las doctrinas que hacen de la fe al hombre en cuanto a sujeto a: Una doctora me dice que he elaborado un delirio y que he sofocado al hombre en mi intento por exponer su homosexualidad latente, que no hay que forzar el discurso –un discurso que por demás el propio paciente había ya formulado con su conducta psicótica. Un doctor crítica mi actitud farmacoterapéutica al intentar disminuir su capacidad de erotización mediante hormonales femeninos y dosis altas de antidepresivos que incrementan la latencia eyaculatoria. Otros más se pregunta hasta qué punto su idea de tener una infección genital no es cierta. Una doctora aplaude mi esfuerzo y defiende la idea que a final de cuentas, las hipótesis que predominan en los trastornos delirantes y las psicosis en general, también son delirios. Uno más cuestiona el diagnóstico y pregunta hasta qué punto no sufría de una profunda depresión psicótica.</p>
<p>&nbsp;&nbsp;El triunfo discursivo no está en mi actitud dominante –como expositor– sino en su capacidad de elaborar metadiscursos y dejarme a mí el rol de sujeto a: sus críticas, su suspicacia o su simpatía. No es tampoco un discurso de elogio a la lógica sino justamente una apología al delirio y su fenomenología contaminante que culmina en ese metadiscurso que ha de hacer del caso, un elemento que cobra vida propia. La escena, finalmente, aún perdura: se ha puesto en marcha un código de signos en torno a, no mi apología de la doctrina lacaniana, sino de un trastorno delirante somático que recrea ese fenómeno de escisión entre el deseo y el goce. Y al final, apunto, he subjetivado mi percepción lingüística, no mi idiosincrasia psiquiátrica que es ese rol pasivo que me somete mi estatus como mero espectador de una determinada práctica clínica. He logrado sustraer la amarga facticidad del Mundo para recrear la Escena que da lugar a la elaboración de nuevos signos.&nbsp;</p>
<p>&nbsp;&nbsp;Frente a la supremacía del objeto, el sujeto aspira a la individuación. Frente a la supremacía ideológica del Mundo, el hombre aspira a la puesta en Escena. Toda elaboración de un discurso girará en torno a esta posibilidad metatextual que le haga al sujeto-individuo, determinar las conexiones particulares de su devenir. Sólo de esta forma se escapa del goce que hace del hombre máquina decodificadora, y se vuelve, entonces, recodificador: es decir, el salto gigantesco de la actitud pasiva a la actitud activa de interpretación. Esto es algo que ya discutía cuando analizaba el escándalo de Sokal y su incrédula intención de desacreditar el discurso postmoderno mediante un texto que, finalmente, se constituye como el metatexto de la postmodernidad. La capacidad del sujeto de crear metalenguajes, discurrir en metatextos que disgregan el vacío y esa falta de identificación propia de la facticidad a la que está sometido el individuo. Porque lo que hace al hombre en cuanto a su devenir es justamente que el metalenguaje va a más allá de los memes y el fenotipo y la psicobiografía. El metalenguaje es el discurso del hombre frente a la utopía gregaria de su alteridad pero también ante el aplastante hecho de su facticidad. Y sí, porque, en este sentido, debe estar el otro para que el yo se haga del dominio de su discurso. Y si la alteridad es un hecho social que propone mi diferencia con el otro que me hace un estar siendo gregario, la facticidad me sumerge en la esencia de mi yo objeto y mi yo sujeto como ser aislado del mundo y enfrentado con la angustia de mi libertad. Junto a la angustia de la alteridad está la angustia de la facticidad. Mientras que ante la alteridad la defensa es el discurso de la convivencia, ante la facticidad solo queda el acto como discurso de la fe en qué tanto soy el sujeto a de mi propio devenir. Nuevamente discursos de un logos que no busca ser interpretado sino reinterpretado. Metadiscurso. Aun a costa de mi posición como sujeto a de la objetivación que de mí hago siempre he de proponer mi discurso como un elemento a ser logos de la facticidad del propio discurso como objeto mío. Frente al hecho social que disgrega en la alteridad, está el hecho existencial que disgrega en la facticidad. El hecho existencial de que a fáctico se refiere es justamente lo que la fenomenología ya no puede explicar de lo que aprehende porque, aún en la angustia de mi facticidad, es ésta lo que me hace objeto de mi sujeto a: y digo la angustia pero también la facticidad de lo que se me comprueba en estar siendo.</p>
<p>&nbsp;&nbsp;El hecho fenomenológico pone a prueba mi actividad fáctica y en el discurso metatextual hago de ese hecho fenomenológico un estar siendo que no condena la subjetividad de mis principios de realidad. La epistemología nunca ha estado tan cerca de la fenomenología como ahora, justo en el ámbito del predominio del metalenguaje. Y si aquellos filósofos proponen el método fenomenológico para acceder al conocimiento, ha quedado más que claro que el conocimiento no es espacio sino una forma de devenir a través de distintos lenguajes y distintos discursos en un mismo tiempo. &nbsp;</p>
<p>&nbsp;Discurso: He visto un documental donde se crítica los nuevos lenguajes del <em>mass media</em>, especialmente las redes sociales. La crítica inicia ante el hecho de que la nueva tecnología nos aísla cada vez más de los principios que propone el humanismo de las revoluciones sociales del siglo XIX y nos aliena de la realidad. Evoluciona en su discernimiento acerca del rol de los nuevos sistemas de comunicación y su capacidad para enajenar al sujeto y termina condicionando los efectos de esta nueva tecnología al uso que se pueda dar de ésta frente a los objetivos de las sociedades occidentales. Mi observación, a forma de logos no dialéctico, puntualiza la reflexión acerca de esos principios humanistas, de esos objetivos occidentales y esas ideas de la modernidad. Y recuerdo a los escritores románticos que ya criticaban la monstruosidad de la modernidad, para posteriormente criticar esos ideales occidentales. Así Lautréamont ya hace un dibujo sarcástico de los principios occidentales de civilidad y alteridad; Sade, Rimbaud, Baudelaire, todos ellos critican encarnizadamente esa realidad de la nueva modernidad. Pero ya antes Shelley hace de su Frankenstein –inspiradoramente llamado Prometeo moderno–, donde pone en evidencia las monstruosidades de ese nuevo siglo. Molière ya en sus comedias evidencia esas pasiones de la vida y crítica los rasgos de la humanidad. Mi pregunta ante la crítica de las nuevas herramientas al servicio de la humanidad no es su utilidad sino su sentido. Los <em>mass media</em>, como nuevo lenguaje, caracterizan una realidad que se ha dado por obvia evolución en el ideal pero que en la praxis no deja de tener el mismo sentido que tenía el sedentarismo, las tribus o la familia a la largo de la cultura. El hombre nunca ha estado en contacto con el hombre y no está, ciertamente más alienado ahora de lo que estaba hace dos siglos o diez o cincuenta. ¿Cuándo se ha pertenecido el hombre al hombre realmente? Pero un hecho es que un nuevo lenguaje ponga en jaque esos conceptos y los recrudezca como preguntas válidas del devenir humano. ¡Pues he que esos mismos conceptos los recrudece la literatura del siglo XVII, XVIII, XIX y XX! ¡Esos mismos conceptos crítica Cervantes en el Quijote escrito a principios del siglo XVII! Ahora bien, ¿qué tiene de especial el discurso de los <em>mass media</em> del siglo XXI frente al discurso de Cervantes o Molière o Mary Shelley? Nada. La facticidad con que disgrega un discurso del otro es la misma y el hecho que les diferencia es el metalenguaje que se emplea de una crítica u otra. El lenguaje disgrega a los modos culturales de convivencia, que por cierto, siempre han sido enajenantes y siempre han aislado al hombre del hombre aun en su presencia. Así, lo que choca no es el hecho fáctico sino el metalenguaje que representa esa recodificación de esos principios sempiternos de alteridad y facticidad. No es la fenomenología sino la dronología del nuevo lenguaje lo que lástima el oído. El nuevo discurso con que se abre el ser humano permite incorporar de forma mucho más abierta millones de metalenguajes. He ahí la paradoja de esta dronología. Se ha de asimilar para que abandone la sensación de ruido y se entienda su contenido en su forma metatexual: el texto, la escena, el mundo, son los mismos que hace siglos. El metatexto que subjetiva al estar siendo, brilla por su ubicuidad.&nbsp;</p>
<p>&nbsp;&nbsp;Frente al devenir sólo tenemos el metalenguaje, el discurso del logos, para asirnos como sujetos en perpetuo cambio. Pero los metalenguajes no son una forma de significar al mundo sino significar ese estar siendo. La complejidad ontológica de la palabra está en sus actos fallidos, en su mundo onírico, en el discurso en la vigilia. Simbología del cuerpo sin vida, del logos muerto, el metalenguaje se erige como apunte salvador frente a la monstruosidad de la alteridad y la facticidad; se trata de la fenomenología contra el goce, de la instauración del deseo como ruido. No se trata de develar las verdades del universo sino de aceptar las condiciones operantes de nuestra existencia en su lenguaje y ubicuidad. A mala fe, disidimos; a mala fe, renegamos; a mala fe, negamos la riqueza de nuestros síntomas; a mala fe, hacemos apología de la facticidad de nuestra absurda realidad y de la alteridad de nuestros lazos culturales. Pues he que no podemos sino hablar del goce deslocalizado, imputado a nuestros ancestros, a nuestro pasado, a nuestra psicobiografía. Relocalizar el goce implica no ceder ante él sino ceder a nuestros deseos. Frente la tiranía del goce del Otro solo el deseo del Yo puede crear esperanza. Así, pues, hacer apología del discurso del logos, del metalenguaje, de los metadiscursos y su locura, que no hay verdad que nos haga libres. &nbsp;</p>
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