Los gringos tardan en irse lo que la luz, como vampiros invertidos. Avinagrado y matón, el Jeff toma su café, fuma sus Benson, cuenta sus autorreferentes bobadas. Por cobardía y delicadeza, el viejo muestra atención, con el estímulo de que el reloj de arena está corriendo, dejando pasar rayito a rayito. No cuesta mucho, en realidad. Venimos equipados con un cerebro múltiple. Podemos parecer interesados, y al tiempo evaluar cómo la tarde se desliza, perezosa, desganada, rebelde. Ver cómo cae la noche en el esplendoroso jardín, en agosto. El verano en Londres tiene de corto lo que tiene de bueno, como un perfume en un frasquito. El día se resiste, se mantiene en el cielo. La luz parece venir de abajo, de los focos de un concierto silencioso en un estadio enorme, descomunal.
“Buenos días, señor. Bienvenido al Reino Unido. ¿Procedencia?” “Buenos Aires” “¿Profesión?” “<a href="https://steemit.com/spanish/@gregario/creatividad-en-serio" target="_blank">Publicista</a>” “¿Edad?” “Veintiocho” “¿Sexo?” “Enorme, descomunal”.
Traducido y complejo, el chiste no genera ni un rictus en el palurdo, duro por recio, por local y por burro. El viejo ya sabía el resultado, pero igual se aventuró, empedernido optimista. O tal vez no pudo evitar la asociación. En fin. Qué sabe este gringo de porteños o de humor. Dos mesas más allá, sin embargo, una carcajada sensual pagó con creces, y Grabiella se acercó a los gritos, soberbia y morocha, revoleando los brazos. Se desliza casi como la tarde: amistosa, desgarbada, alegre. Un abrazo, un beso sonoro, y dejó la mano caliente en su hombro, abrigándole el alma. Al Jeff, ni lo miró. “Good evening, Jeff-e”.
Grabiella es despampanante, andariega, napolitana y reincidente. El Joputa y el Jeff se turnan para pegarle, para rociarla de desprecio. Y el Chris, cuando puede, colabora. Ella no parece notarlo, y sigue hablando fuerte, riendo, desplegando un inglés con gusto a tuco y a la vez confiado, ágil. Hoy trae dos regalos, incluso tres: entiende y disfruta el chiste, calienta las vísceras a base de dulzura y libido, y corre al Jeff, que se bate en retirada cuando todavía le quedaban como treinta minutos para repetir sus historias, para torturar a conciencia con aburrimiento.
Liberado y respaldado, el viejo se agacha y sube la bolsa. Saca cuatro botellas de vineta y una de Famous Grouse, y sigue disfrutando a Grabiella. De la ventana, el Jeff cuenta los segundos hasta ver cómo los inmigrantes se van arrimando, de a uno, de a dos, munidos de sendos vasitos de plástico, o jarritos de café. Otra vez Los fucking latinos gritando en el jardín.
Son varias las ventanas que observan. Un cuadriculado bastante regular, si bien distante de una retícula. Dos edificios, unidos en un gran pasto al fondo, un descampado verde sembrado de mesitas de madera con sus bancos incorporados, como de plaza, como de camping. El edificio building de la derecha, lindero con la casa de malcriados africanos, propiedad del council y administrada por la ONG de nombre africanizante y combativo: Hackney Afrikan Struggle. Si eres africano, tal vez te den un lugar. Si no lo eres, pues te jodes. Despotrica, el Jeff. “Estos fucking morenos. Nos odian con toda su alma, y tienen casa gratis con mis impuestos. Si naciste acá, te puedes morir de frío en la calle. Si vienes de Afrika, Londres te sonríe”.
El jardín de la hermandad melanésica es un juntadero de ratas. Un campo de chatarra que se escudriña bien desde el balcón que corona el edificio de la derecha. A su derecha, digo, si usted observa desde el jardín. Es un balconcito estrecho, ideal para <a href="https://steemit.com/spanish/@gregario/memorable" target="_blank">suicidas</a>. Basta revolear una pierna sobre la barra negra y circular, y dejarse caer como una bolsa de papas, para que te junten con cucharita los inmigrantes, para que el Fabian <a href="https://steemit.com/spanish/@gregario/vuelo-libre" target="_blank">aque las manchas con disán</a>s del patiecito contra la cocina.
Para desgracia de la humanidad, Jeff ni siquiera considera el suicidio. Su espacio mental es ocupado por un sordo rencor, por una envidia ronca que motiva planes de venganza, mezquinas agresiones, falsas revanchas. Pero con Claudia, quién te dice, tal vez haya más suerte. Tan llena de odio y desprecio, tan oscura y llana como él, pero con una incipiente llamita de muerte en su seno. Mira por la ventana, calcula la altura, el disgusto y la complicación que causará en la panda ruidosa. Pero no va a ser hoy. Mejor bajar y quejarse, romperles bien las bolas. No hay derecho, son como las diez de la noche, ya casi se puso el sol, y éstos refregándote en la cara toda esa alegría. Cómo pueden divertirse con tan poco. Cómo pueden mantener tantas conversaciones al mismo tiempo, en tantos idiomas, y con tantas risas.
Joan destapa el falso Nebbiolo, con su prematura calvicie y su bufandita en nudo, a pesar del calor. Se sirve, le sirve al <a href="https://steemit.com/spanish/@gregario/poeta.html" target="_blank">Dieguito</a>, a la hermana del Dieguito, al ruso altísimo, al húngaro pintón, a Hafid. A Laura y Clara, coterráneas, les sirve en catalán de pueblo. “¡Venga, paleto!”, lo palmean. “¡Parece que hablaras desde un aljibe! ¿Cuándo vas a visitar Barcelona?”.
Hay quien es G, y hay quien no es G. Joan, el catalán, es aspirante a G. Le faltan varias materias, y la tesis, pero se le ocurren cosas como robarle a Sir Morrison, el dueño de Morrisons. Ufano, cuenta que compra un par de litros de leche, un pan Bimbo, unas latas de atún, y se mete tres medios quilo de lomo entre las ropas. ¡Genial! Paga doce o quince pauns, y lleva cincuenta o sesenta. Lo hace una vez, dos, y a la tercera lo agarran. Se ve que no le contaron la del cántaro y el agua. Se ve que no vio Nueve Reinas: la uruguaya, nene, no la podés hacer dos veces en el mismo sitio. Simpático, risueño, peninsular en el habla, se muestra convincente al explicarles que no hay problema, que lo paga todo y no se lo lleva, que no hay necesidad de denuncias. Los secúriti, claro, exhiben, con igual profesionalidad, sus modos suaves, y discan 911, el del once de setiembre. Le abren un prontuario al nene, le aclaran que la próxima vez es cana, pero Catalunya, tesonero de raza, insiste. Tiene un elegante trabajito de barista en el King´s Head, en Islington, en negro, que le rinde buenas chiquilinas. Pero sigue cobrando el seguro para buscar empleo, aquél que cobran los que no buscan empleo. Y para coronarla, tiene una bequita Erasmus, cuyo cheque ingresa regular como un reloj; pero no va a las prácticas. ¡Cómo va a ir, si es en Leeds!
Allá en el sur, pendejo quiere decir mocoso, o imberbe. Degradante, pero cariñoso. No es así en todos lados, bien lo sabe Cheech Marín. Engañado (qué hijo de puta el Chong), circula por la barriada fronteriza de Tijuana, saludando a los gritos “¡Ei-ou, pendehou!”. Y tiene que salir carpiendo con la Combi, seguido por sietemil charros bigotones que lo quieren pasar a degüello.
“Si nadie va a las prácticas de la Erasmus”, se defiende el pendejo. Y el viejo los cansa con otro chiste. “Rodríguez, lo vamos a echar del clu” “¿A mí me van a echar del clu? ¡Yo soy fundador de este clu! ¡Dos veces fui Presidente de este clu!” “Sí, Rodríguez, pero usted mea en la piscina” “¡Pero por favor, si todo el mundo mea en la piscina!” “Sí, Rodríguez, pero del trampolín sólo mea usted”.
Acostumbrado ya, el viejo sufría bien poco el oprobio. Tenía a Grabiella además, que entendía y festejaba, en inglés y castellano. A los imberbes peninsulares les hacía gracia siempre, salvo que contara un chiste. “¡Qué malo!” “¡Venga, tú no sabes contar chistes!”. Esa sutileza, ese gracejo. Pero que jodan nomás: hablaban como él. Modismos reoplatenses, giros arrabaleros de antaño en boca de posmodernos punk, con lentes chiquitos y cuadrados, pelos anaranjados y en pico, pantalones a la mitad del culo. Borreguitos à la page, en Landan, sonando como cirujas, como cantantes de tango criados en Galicia.
Borreguitos. Doblemente cariñoso. Allá en el sur, es pendejo, pero sólo en la acepción de imberbe. Y lo que trataba de decirle, al catalán, es pendejo, en la acepción mexicana. “Si no es por ti, que sea por tu madre, pendejo. Va a tener que venir mamá a rescatarte de las fauces de la reina. Y ni el delantal va a poder sacarse. Manchada de sangre de la carne del mercado va a tener que explicarle al grandote, en catalán de Granollers, que tú eres su nene, que no te puede meter para adentro. Y el grandote, suavemente, mirará al de la peluca, que te dirá señor como tres veces mientras te manda en cana, literalmente. Y te vas a comer unos cuantos meses en Newgate. ¿Y sabés qué? ¿Sabés qué es lo peor? Que te van a coger. Te van a dejar el culo como una flor, Joan”.
Juntitos siempre como los huevos, los trabajadores staff se presentan a las nueve y media, puntuales como un reloj y con el prometido Jack Daniel´s, el favorito del Kurt, que no pudo venir. Nuestro Chris, el de segunda generación, se trajo sus doce cervezas de medio. Son todas exclusivas personal, sólo para él. Pero vas a ver cómo se las vuelan.
Es que el gasto es un elemento central en el relacionamiento del elenco de Narford. La familia staff, con el entorno ampliado de los amigos de la droga, tiene muy en cuenta quién paga qué. Así el Chris, nuestro Chris, el inmigrante de segunda generación, trajo sus cervezas para él, estrictamente personal, exclusivas e intransferibles. Pagó la botella de JD, pero además se compró dos funditas de seis de medio de Stella, su único amor, sólo para su boca. Si no, siempre pasa lo mismo. Uno paga la bebida, y después ni bebe. Está lleno de vivos smart acá en Londres, G...
De todas formas, y como no podía ser de otra manera, las cervezas se las chuparon con relativa facilidad. No es novedad que todos tenemos debilidades. Para el Chris, el talón de Aquiles es que conversa. Tiene una profunda, arraigada verborragia, fruto tal vez de prolongados encierros en silencio y a oscuras en aquella niñez de tinte griego, no tan cercana ya. Tiene, también, una fuerte e indisimulada misoginia, ésta casi seguramente debida a su visible y confesa homosexualidad.