Source img:https://pxhere.com/es/photo/1184541
Dicen que los extremos se tocan, y el interior es zona de extremos. Fabrica gentes hechas a todo, rotos y descosidos, rígidos fríos y sórdidos calores. El interior no entiende de sutilezas. Su rudeza se refleja en el paisaje. Su aridez es espejo de los páramos. Y nadie logra escapar al fuego de su mirada.
Una cigüeña, conquista un solitario campanario lista para criar. Desde lo alto, ignora su papel de distracción en la vida de los lugareños. Lentamente, cría a sus polluelos mientras hunde, poco a poco, la débil estructura que mantiene su incubadora en pie.
El interior es tierra de calma.
La calma, no obstante, trae muchas veces el tedio, y es que los hombres inquietos no están hechos para el sosiego. Cuando uno no tiene escapatoria, vuela con su fantasía, y si esta escasea, echa mano de psicotrópicos para empezar a volar.
Así, si las ciudades costeras son áreas de entrada para la droga, las interiores son su área de destino.
En mitad del colocón, la ciudad provinciana conserva un poso clásico, un pudín con historia, una vacuna fuerte y eficaz contra los males de la deconstrucción posmoderna. En sus murallas, los cromas de colores vivos se estrellan y disuelven, reduciendo su mísero mensaje a la nada de la irrelevancia.
Punto para el interior.
Como apuntábamos antes, el clima es duro, casi hostil, enemigo de eso que llaman confort y casi, derechos humanos. El sol hace justicia, castiga a los pecadores y purga las almas durante seis meses al año. El invierno, por su parte, se torna exportador de sabañones en forma de mordiscos del viento que agarran la piel. Los habitantes, graves y sustanciosos, se vuelven mártires del clima continental.
Y la gente se vuelve dura.
En mitad de este mundo, no es de extrañar que la gente ponga sus ojos en el ocio duro, dándole al toro veneraciones y coces, y otorgando al vino protagonismo en la dieta. El embutido, como amante bandido de las malas grasas, se hace un rincón en los reconocimientos médicos de las tierras castellanas.
El espirítu del interior, sigue ardiendo en la llama de la eternidad. No lo debilitan esas malicias del tiempo, y es entronizado por espirítu superiores. Así, el aislamiento y la soledad de las mesetas, va marchando campo a través de la historia, sin que nadie le aparte de su rumbo fijo.