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A veces pienso que debemos detenernos a pensar en la ventaja que tenemos por haber nacido en esta época. Siendo todavía niños nos explican que la Tierra en la que habitamos es una esfera, como una pelota, que da vueltas sobre sí misma y describe también una órbita alrededor del Sol.

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Cuando somos un poco más grandes nos hablan de las distintas fases lunares, de los equinoccios y solsticios, de los otros planetas que también orbitan alrededor del Sol, de la enorme distancia que hay hasta las estrellas. Y todo eso lo recibimos ya con la primera idea en mente, que la Tierra se mueve alrededor del Sol y sobre sí misma, sin tener que cuestionarnos otra posibilidad.

Imaginemos ahora que hemos nacido en el siglo XVI. Entonces desde niños nos explicarían que la Tierra está inmóvil en el centro del universo y que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas giran a su alrededor. Si nos interesáramos de un modo particular en este tema, se nos enseñaría un complicado sistema de esferas concéntricas que explican la forma en que se mueve cada astro en cuestión.

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Si tras entender esto quisiéramos ir más allá y tuviéramos suerte, acaso podríamos toparnos con alguien que nos explicara la teoría heliocéntrica (esa misma que a nosotros, personas del siglo XXI, se nos obsequia sin reticencias desde niños). Pero si esa teoría llegara en el siglo XVI a nuestros oídos, no nos llegaría como una verdad consumada, muy lejos de ello, nos llegaría con muchos reparos. Y es que entonces, más allá de los nuevos y complejos cálculos que deberíamos abordar para explicar los movimientos que se observan en los distintos astros a partir de una Tierra que se mueve, habría otras preguntas que un geocentrista formularía y que no se podrían responder de manera sencilla. 

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La primera y más obvia: ¿Cómo es que si la Tierra se mueve nosotros, habitantes de ella, no sentimos ese movimiento? Sucede que para responder a esta pregunta de manera adecuada deberíamos descartar las nociones de la física aristotélica que nos habrían inculcado en aquel tiempo como verdades absolutas y reemplazarla por leyes nuevas del movimiento. En particular, deberíamos postular por nosotros mismos la ley que hoy conocemos como inercia.

Una segunda pregunta que deberíamos responder es por qué no vemos cambios en la posición aparente de las estrellas entre sí. Esta es una pregunta muy acertada que no resulta nada fácil de responder y que en verdad no podía ser respondida adecuadamente en el siglo XVI. 

Veámoslo más en detalle. El planteo es el siguiente: Si la Tierra se traslada alrededor del sol quiere decir que cambia su posición en el espacio, con lo cual nosotros vamos cambiando nuestro ángulo de observación. Esta modificación en el ángulo con el que observamos las estrellas debería hacer que viéramos variaciones en las distancias aparentes de unas a otras, debido a lo que se denomina *paralaje*. 

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Para entender de qué se trata, haga lo siguiente: Extienda el brazo delante suyo con el pulgar hacia arriba; asegúrese de que más allá de su pulgar, en la pared que oficie de fondo, haya algún cuadro o cualquier objeto que pueda tomar como referencia; luego guiñe el ojo derecho y tome nota de dónde ve su pulgar en relación al objeto que tomó como referencia; a continuación guiñe el ojo izquierdo y observe en dónde ve ahora su pulgar en relación al mismo objeto. Notará entonces que se ve en posiciones distintas. Claro que el dedo quedó siempre en el mismo lugar, el cambio de posición que observamos es aparente y se debe a que con cada ojo lo observamos desde un ángulo distinto. 

Pues bien, si entendemos que los ojos representan las dos posiciones extremas de la Tierra en su órbita alrededor del sol, su dedo alguna estrella cercana y el objeto de la pared un grupo de estrellas más lejanas, ¿por qué razón no se observan variaciones de ese tipo en las posiciones de las estrellas?

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[](https://www.youtube.com/watch?v=FD5oCiI2HVs)</center>



Esta pregunta no podía ser respondida en la época de Galileo por la simple razón de que no había aparatos lo suficientemente precisos como para detectar esas variaciones. La distancia a la que se encuentran las estrellas es tal que, en proporción, la variación del ángulo de visión por el movimiento de la Tierra resulta ínfima. Con la tecnología actual sí es posible detectar esas pequeñas variaciones en el caso de las estrellas más cercanas (no así en las lejanas) y es de hecho con la técnica del paralaje con la que se miden en primer lugar sus respectivas distancias a la Tierra.

Y bien, ¿creés que hubieras sido heliocentrista de haber nacido en el siglo XVI?

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