![images.jpg](https://steemitimages.com/DQmfMg55LEYPZx2EC1zLYNbyPQFEfjUTSVqF637freyVaA2/images.jpg)

Me gusta caminar de noche por calles poco transitadas. Durante el día, la prisa de las multitudes posee la visión de un cíclope corriendo en línea recta -ese práctico y estoico y empírico camino más corto entre dos puntos-, cuya pupila de un negro polifémico sólo admite semáforos, nombres de avenidas, manecillas de relojes, signos, símbolos, representaciones del ombligo cotidiano imaginado colectivamente.
Pero al llegar medianoche, crecen mil ojos en la periferia y me hermano, sin saber muy bien cómo ni por qué extraña ley gravitatoria que compensa la carencia de las gravedades, con muros, vallas, piedras, luces mortecinas o neónicas potencias en rayos parpadeantes metafísicos, colores, desconchones, fuentes o graffitis consagrados a la diosa de las prohibiciones. 
Los edificios cobran vida, gesticulan, se crecen en su secreto y bajan luego al centro de la tierra, buscando bajo el asfalto el suelo que los sostiene. Los escaparates, de día vendidos al que más paga, tienen por la noche una dignidad nostálgica y melancólica, un cierto orgullo aún no vencido  por el peso de lascivias o indiferencias absolutas o irrelevantes que atraviesan sus lunas de vidrio cualquier mediodía. Un kiosko de prensa se convierte, por obra y gracia de las letras que digiere durante tantas horas bajo el movimiento del astro amarillo, en un peón de ajedrez con la clave del jaque mate en su cierre de venas de óxido y horizontales grises. El sosiego de la afasia nocturna, sólo enajenada por coches que rugen en la lejanía, me trae de nuevo la música de mi propio corazón olvidadizo. 
La soledad y el silencio curan alucinaciones, es por eso que en las mañanas sé que todo es mentira, un espejismo mito guardián de la caja fuerte del Banco Mundial del Tiempo.

Fuente de la imagen: 
http://123hdwallpapers.com/tr/landscape-moon-trees-city-streets-night-monochrome-urban-person-walk.html#.WVbNi4TyiM8