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Hay dos caminos: el difícil, y el del impotente. El trámite, y la violencia. Uno está condenado al fracaso, al desgaste interminable y languideciente de Gregorio Samsa. El otro es inmediato y glorioso.<br />
No veo nada de malo en querer aprender. ¿Qué importa la edad? Cumplida la etapa de la juerga y la acumulación, es más que razonable volver a los orígenes e intentar llenar los huecos que se han mantenido, ésos que te hacen retumbar como un tambor de aceite vacío. No puede uno permitirse no saber cómo funciona el universo, o no tener las herramientas básicas para atacar problemas simples e irresolutos por años. Para eso está la universidad que nos legaron, universal y gratuita. Es cuestión de anotarse, nomás. Henchido de orgullo y esperanza, bañado en la primigenia ingenuidad, con los ojos vendados por el ansia de saber, de aceptar y ser aceptado, de encontrar bonhomía y ganas de compartir.<br />
¿Qué entiende usted por docente? Aquel que enseña. Aquel cuya actividad oficial es compartir y generar conocimiento. Cuya labor y cometido es que los que saben menos sepan más. Cuya meta es que los que saben menos que él sepan tanto como él. El especialista es el que está en la página siguiente. Y el docente es el especialista que está dispuesto a deslomarse para que los demás dejen de estar en la página anterior.<br />
Otra cosa es el patovica, o secúriti, o portero de discoteca. La labor de este gordo es que los indeseados no entren en el recinto de los privilegiados. La raison d´etre de estos hipertrofiados es separar las aguas. Hacer que los que están afuera sigan afuera, de modo que los que están adentro sigan disfrutando de su comodidad. El recinto debe ser exclusivo; los elegidos, para serlo, tienen que ser pocos. El grupo selecto no puede ni debe contagiar las características distintivas. Y para salvaguardar este salvoconducto es que está el rebotador bouncer. Su tarea es mantener afuera a los gentiles. Si aparece algún ungido, ése pasa. Con respecto a él, el gorila no cumple el trabajo. El cromagnon trabaja cuando rebota giles. Cuando deja pasar al jet set sólo descansa.<br />
Cisplatina, que no es más que La Vid, cuenta con dos orquestas sinfónicas. Una municipal, perteneciente al gobierno del departamento, y otra nacional, perteneciente a la repartición del estado que, a nivel nacional, se ocupa especialmente de aspectos culturales. Un cálculo somero indica que tales cuerpos estarán integrados por unos cuarenta, tal vez cincuenta músicos. La conclusión inmediata es que entre ambas orquestas hay unos cien músicos, y es tan inmediata como errada. Son dos orquestas de cincuenta músicos, que totalizan cincuenta músicos. El todo es menos que la suma de las partes. Son cincuenta músicos, aún si los sueldos son cien.<br />
La matemática y la música son disciplinas próximas. Por la música podemos acercarnos a la discoteca, y de ese modo la distancia entre discoteca y matemática se nos hará menos enorme.<br />
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Al peludo lo viste la mamá. La de ahora. La original quedó allá en Melo, a las afueras de la capital de los guapos, a centímetros de la frontera. El peludo está siempre combinadito, siempre con remeras a tono con su actividad y en colores pastel. A veces aluden a anteriores viajes, en los que su currículum se vio severamente incrementado. En otras prepondera la lana, a veces de vicuña, estableciendo un inequívoco perfil político. La colita de garañón nunca falta, y cada día que pasa es más anacrónica. La frente es enorme, y se apoya con fuerza sobre las cejas, creando una cordillera huesuda que le sirve de visera. No descarten un parecido con Nico, el violento practicante de jui jitsu. O mejor con aquel que hacía de highlander, y de Tarzán. La frente es alta como la cara, cagándose en la proporción áurea. Los ojos son bonitos. Nunca, sabemos, te vas a encontrar con un tipo puro.
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El peludo llega en su Fiat Palio apenas pasada la hora, y se dirige a la cafetería, donde bebe un religioso café, aderezado con un pequeño elenco de pancongrasas. Sin sacar los ojos del libro, el estudiantado percibe su presencia. No se lo mira directo: es peligroso. El iris del inca Atahualpa no puede recibir el rayo indigno de un ojo plebeyo. Mira parsimonioso su muñeca, hasta constatar que faltan cinco minutos para estar media hora atrasado. Ahí arranca, y a su saga los aprendices de brujo. En el salón hace frío, y en el baño no hay papel, aunque sí un abundante y maduro olor a amoníaco. ¡Qué tiene que ver el baño! En el salón, decía, hay un pizarrón oscuro al frente, que el peludo divide en tres con su tiza. Es éste salón, y no cualquiera. La mayoría de ellos tienen pizarras de refulgente blanco, diseñadas para ser coloreadas con variopintos draipenes. Pero el peludo no pasa por ese aro. Sabe muy bien que es tiza o no es matemática.<br />
Las habilidades del peludo con la tiza son perennemente, sempiternamente crecientes. No desperdicia nada. Casi escribe con el dedo. Los símbolos salen perfectos, y el sonido es áspero y parejo, nada de chirridos ni derrapes de uña. Escribe con enorme solvencia y a la mayor velocidad. Llena el tercio izquierdo. Sigue garabateando en el centro, célere y malhumorado como si pintara el cielorraso de una capilla. Agota el tercio central, y pasa al derecho, el que cubre en lo que canta un gallo, manteniendo la soltura, la solvencia. Agotado el pizarrón, procede a borrar el cuerpo izquierdo, lleno de gracia. Todo esto en un virtual silencio, pocas veces alterado por la voz juvenil del gran maestro, y por ninguna más.<br />
Son cinco los que pasan frío. Reconcentrados, copian sin entender en sus cuadernos altos, apodados cuadernolas, tal vez por razones publicitarias. La consigna es copiar, y después vemos. Llenar el cuaderno de los garabatos del peintre, porque lo peor es no tenerlos. Si tengo los garabatos, puedo intentar, luego, algo. Si no los tengo soy boleta, porque los otros cuatro no me los darán, no señor, faltaba más.<br />
El día en que vieron al peludo por primera vez, dijo bajito que había que sacar la mitad del total de los puntos de las evaluaciones parciales, y que no había libro. El libro eran las pinturas en tiza, había que sacarlas a como diera lugar. Todos los cinco eran conscientes de que no había colaboración posible. Cuando más bajo fuera el nivel, más chances tendrían de salvar.<br />
El peludo volaba por el pizarrón, susurrando algo aquí y allá. Nadie osaba decir nada, porque iba a quedar marcado para siempre, distinguido a fuego para perder, hoy, mañana, el semestre próximo, el año del gato.<br />