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Si suscribimos la teoría oficial, tácita y circular, la evolución de primate a civilizado se debe al fuego y al lenguaje. Se sigue que la cumbre de la naturaleza podría ser algún otro primate, y nosotros seguir sometidos a las inclemencias de los elementos. Es la otra cara de la moneda. Pensamos en prehumanos sin fuego ni habla, y luego damos vuelta la moneda e imaginamos otros primates con fuego y con habla.
Un experimento diseñado con estas premisas sería una aplicación impecable del método científico. Las dificultades surgen de otras facetas de nuestra humanidad, otras limitaciones impuestas a lo practicable. Del lado chimpancé, los obstáculos pueden verse como salvables. Hay protestas y movilizaciones, pero sigue siendo parte del día a día de la comunidad científica la experimentación con animales de todo tipo. La probada conciencia de sí mismos, de nuestros parientes más cercanos y de otros mamíferos, no es óbice para la investigación. La ciencia está primero. Seguimos siendo el eslabón más alto de la cadena alimenticia, y los hijos de dios. Por tanto todas las criaturas están a nuestro servicio, y los delfines y orangutanes no son excepción, faltaba más. Que se reconozcan en un espejo, o que sientan afecto y rechazo, o que se refieran a sí mismos en conversaciones rudimentarias con sus amos, no determinan en absoluto su igualización. No negamos su conciencia de sí mismos. Reafirmamos, nomás, nuestro derecho a emplearlos como nos plazca, al margen de sus habilidades y sensaciones. Milenios de historia nos avalan, ya.
El argumento original de la fuerza es el que prima, como prima entre humanos. Luego se lo viste de intelectualización. Se lo colorea con terminología altisonante, tanto científica como humanamente. Al final, el fuerte sigue haciendo lo que quiere, sea en la relación entre humanos y los restantes animales, o sea entre gobernantes e infantes. Si Juan va a caballo, y Pedro a pie, Juan tiene razón. Ya que, llegado el caso, Juan puede cargar sobre Pedro y perjudicarlo, cortándole la cabeza de un sablazo, o pasándole por arriba. El caballo del comisario gana siempre en las carreras del domingo, en el pueblo. Nerón resultó triunfante y laureado en la competencia de cuadrigas en las olimpíadas, aún si puso horas en un recorrido de minutos, y no era capaz de mantenerse sobre el carro por sus propios medios.