<center><img src="https://pixnio.com/free-images/2017/08/28/2017-08-28-06-37-16-1000x664.jpg" alt=""/><br/><i>Imagen libre en Pixnio</i></center>

<p><strong>El sueño se repite
cada vez más seguido:</strong></p>
<p><strong>Solo podíamos llevar lo que nos cupiera en las manos. Teníamos segundos para levantarlos del suelo y cargarlos; de haber podido, hubiéramos comido algo allí mismo, pero la mayoría había comenzado a podrirse. Nadie escogía los pocos vivos —¿Para qué?—. Solo serían más bocas que alimentar, a menos que además de iniciarnos en el canibalismo también lo hiciéramos en el homicidio. Nos agolpábamos sobre la montaña de carne pálida, cabellos y harapos. No era para nada un espectáculo sangriento.</strong></p>
<p><strong>Gracias a este sueño horrible, he recordado fragmentos de historias que se contaban entre adultos y que creía haber olvidado, de cómo el hambre los había llevado a “lo imperdonable”, de cómo una vez tuvieron que “comerlos”. La pesadilla ha comenzado a inquietarme seriamente; cada vez el tiempo es más real y he comenzado a temer quedarme allí dentro, llegar al momento después de aquella escena y descubrir cosas igual de innombrables. </strong></p>
<p><strong>Hoy he despertado dos
días después sin recordar mucho; extrañamente no tengo nada de hambre, aunque
sí un poco de sed y un ligero sabor a herrumbre y a sal. He venido de visita a
casa de mis padres y les he pedido quedarme unos días. </strong></p>
<p><strong>A pesar de que decidí contarles mis motivos solo a mamá, ella, como siempre, comparte todas las confidencias con mi padre. Espero a que anochezca para no tropezarme a papá; voy por un vaso de agua a la cocina y los escucho desde el pasillo: “No puede recordarlo, Eva; apenas era un recién nacido”. </strong></p>
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