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El poeta, como el obrero de la industria, necesita materias primas. Algo a lo que dar forma, con las agujas del tiempo y su afiliada pluma. Sin embargo, el mundo es tierra estéril, pobre en recursos, lugar donde no existen riquezas para que el poeta esculpa la belleza de su interior.

Así que prima el tedio.

La inspiración se agota, como el agua de un pozo, y el infinito tedio llega y pone sus huevos. Coloniza el cerebro, las manos, y pronto se expande por el cuerpo. Nada se puede hacer ya. Lo hemos perdido.

Lo mejor para el artista es buscarse otra afición, cambiar de vida antes de recaer en el mismo vicio. Enfermedades del alma hay muchas, pero tantas como la necesidad de plasmar el mundo pocas.

Uno se entrega al vacío, muerto por dentro. Las musas le abandonan, yéndose con otro más rico y joven. No las cuidaba bien. Era un mal amante. Y sin embargo, posesivo y dominante, las quiere celoso a su lado.

El mundo es un pañuelo.

La tierra va girando. En su paseo infinito, saca los espejos de sus entrañas. Cada equis tiempo, salen a pasear y obligan a la gente a mirarse.Introspectivamente.Sin engaños. Y los resultados son devastadores.

Las depresiones afloran, como flores en primavera y hongos en otoño. Nadie abraza esa ficticia felicidad, leyenda urbana en manuales de mindfullness. A todas luces, la amargura late fuerte, respirando sin pausa bajo una camisa que nos aprieta.

Nada puede salvarnos de la desesperación.

Mirando el vacío, uno puede encontrar una barra a la que asirse. Un pedazo de madera, lista para salvar la vida de quién baila al filo de la navaja. Solo una esperanza. Solo una necesidad.

Solo una mentira.